Eran 4.000 españoles,
excombatientes del Ejército Popular de la II República que, tras la derrota y
el exilio, se incorporaron a las tropas aliadas que combatían la ocupación
alemana de Francia. En el verano de 1944 habían contribuido –en algunas
regiones del Sur, muy decisivamente– a la derrota de los nazis y su expulsión
del suelo francés, pero allí no había acabado su historia. Ellos habían luchado
en Francia, pero no por Francia. Habían vencido en Francia sólo para tener una
oportunidad de volver a luchar en España. Para volver a luchar por España.
Eran
4.000 hombres, y en octubre de 1944 empezaron a cruzar los Pirineos por todos
los pasos fronterizos, en pequeños grupos. Estas maniobras de distracción,
destinadas a desconcertar y dispersar a los destacamentos que guarecían las
fronteras, tuvieron tanto éxito que el 19 de octubre, el grueso de las tropas
penetró sin oposición alguna en el valle de Arán. El ejército de la Unión
Nacional Española, pues ése era su nombre, izó banderas tricolores en todos los
pueblos del valle y se dispuso a esperar.
Ése era
su objetivo. El plan ideado por Jesús Monzón, secretario general del Partido
Comunista de España en el exilio francés primero, en la clandestinidad en el
interior después, consistía sólo en eso. Ocupar un pequeño territorio, a un
paso de la Francia recién liberada, y resistir el tiempo necesario para
provocar una invasión aliada de la España franquista. El valle de Arán, una
rareza de la geografía política, estaba aislado por los Pirineos de España, no
de Francia, y la nieve lo mantenía aislado del resto del territorio nacional
durante el invierno excepto por un paso muy fácil de defender. Instalar un
Gobierno republicano provisional en Viella provocaría la acumulación de tropas
franquistas en el borde mismo de la frontera francesa, un riesgo que los
Aliados no se podrían permitir. Eso era lo que pensaba Jesús Monzón. En eso se
equivocó, porque él, como el resto de los republicanos españoles, no podía
concebir que los Aliados escogieran apoyar a Franco antes que a su oposición
democrática.
Después,
durante décadas, se esgrimieron toda clase de argumentos para maquillar esa
amarga verdad. Todos dijeron que los invasores estaban locos, que habían sido
unos ingenuos, que estaban manipulados, que la operación fue una chapuza, una
estupidez, una ocurrencia, que les había faltado valor, que les había faltado
inteligencia, que les había faltado sentido de la oportunidad histórica. Por
una vez, los enemigos más irreconciliables se pusieron de acuerdo para
insultarles, y los franquistas se rieron de ellos en público para ocultar que
no habían sido capaces de pararlos, los dirigentes del PCE se apresuraron a
quitarles importancia porque la operación no se les había ocurrido a ellos, y
los Aliados ni siquiera los mencionaron, para que nadie pudiera reprocharles la
verdad, que los habían traicionado, que los habían dejado tirados, que después
de haberlos tenido en sus propias filas, luchando hombro con hombro contra los
nazis, habían preferido apoyar a un dictador fascista y considerar que la
invasión era un asunto interno de España.
Así,
entre todos enterraron la invasión del valle de Arán, condenaron primero a la
ignominia, luego al olvido, a esos 4.000 hombres que, hace ahora setenta años,
se jugaron la vida por la democracia de su país, que es el nuestro. Y este
verano, mientras en toda Europa, en todo el mundo, se celebraba el 70º
aniversario del final de la II Guerra Mundial con palabras calientes de amor y
admiración por los demócratas que derrotaron al fascismo, y se engalanaban las
calles, las plazas de medio mundo, para recitar largas listas de nombres de
héroes, como un inmortal tributo de gratitud a los campeones del antifascismo,
la democracia española se puso de perfil, tan al margen como había estado la
dictadura franquista en 1944, como si aquí nadie hubiera luchado nunca contra
el fascismo.
Hace muy
poco, entre el 19 y el 27 de octubre de 2014, se ha cumplido el 70º aniversario
de la invasión del valle de Arán, y el Estado español no se ha acordado. La
democracia española no ha tenido el menor gesto, ni un acto, ni un homenaje, ni
una sola palabra de gratitud para aquéllos que pretendieron implantarla hace
setenta años, ahorrándole a este país cuatro décadas de una sangrienta
dictadura.
Es como
si no hubiera pasado nada, y sin embargo pasó.
Yo lo
recuerdo, les recuerdo, y agradezco su ejemplo, su generosidad, su coraje.
Almudena Grandes (Publicado en El País el 02/11/14)