Revolución

Revolución
“La libertad no es más que un fantasma inofensivo mientras existan hombres que puedan matar impunemente de hambre a otros. La libertad es un fantasma inofensivo cuando a través de un monopolio el rico logra ejercer el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes.” JACQUES ROUX

lunes, 28 de octubre de 2013

La muerte del Che por Cortázar


El 9 de octubre de 1967 moría asesinado en La Higuera, Bolivia, Ernesto "Che" Guevara, mientras intentaba llevar la revolución a América del Sur. Médico, político y guerrillero revolucionario, fue comandante del ejército revolucionario que derrocó al dictador Fulgencio Batista en enero de 1959. Fue, tras el triunfo de la revolución, la mano derecha de Fidel Castro. A continuación reproducimos una  carta que escribió Julio Cortázar a veinte días de la muerte del "Che".


A Adelaida y Roberto Fernández Retamar

París, 29 de octubre de 1967

Roberto, Adelaida, mis muy queridos:

Anoche volví a París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadi­lla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos ca­bles y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. En­tonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiem­po de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las fra­ses. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperada­mente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me que­da más que el silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las pala­bras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Li­sandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me impor­ta; en todo caso tú sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organi­zación internacional. Y todo esto que te cuento también me aver­güenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.

CHE
Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca.
Pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo le tomé su voz libre como el agua, caminé de a ratos cerca de su sombra.
No nos vimos nunca pero no importaba, mi hermano despierto mientras yo dormía, mi hermano mostrándome detrás de la noche su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,

Julio

lunes, 14 de octubre de 2013

Huelen a muerto las sotanas


Con los actos de beatificación de más de 500 religiosos ayer en Tarragona, asistimos al enésimo capítulo de cinismo, hipocresía e intransigencia de la Iglesia Católica. Se rindió tributo a 522 mártires religiosos, que perdieron la vida durante la Guerra Civil española. Para ellos todos los honores, para las víctimas de Franco, olvido e ignorancia.

Como siempre, solo son visibles los muertos del bando vencedor. Hay asesinados de primera y de tercera. Han pasado ya 77 años desde el golpe militar fascista de julio del 36, y en todo este tiempo la Iglesia Católica como institución jamás ha hecho el más mínimo amago de arrepentimiento o de pedir perdón por su participación activa en el levantamiento militar y su apoyo incondicional a la represión franquista durante la guerra y en las cuatro décadas siguientes de dictadura atroz. Tiempo ha tenido. 
Ayer la Iglesia volvió a demostrar que no se arrepiente de estar manchada de sangre, sus sotanas continúan oliendo a muerte.

Lejos de avergonzarse por estos hechos, la jerarquía eclesiástica ensalza siempre que puede el triste orgullo de haber estado siempre en el lado del bando fascista y saca pecho de ello. 
Ayer ningún cardenal, ningún religioso, ni por supuesto el Papa Francisco (ese que dicen que es tan progresista, el mismo que asegura que nunca ha sido de derechas y que está del lado de los pobres), hizo mención alguna al terrible exterminio franquista. Ni una sola palabra para las miles y miles de personas torturadas, asesinadas, encarceladas, exiliadas, violadas, fusiladas y enterradas en cunetas, humilladas, despreciadas... Personas cuyo único delito fue no apoyar un golpe de estado salvaje y violento contra un gobierno democrático y legítimo, elegido en las urnas. El delito que cometieron fue el de defender la República.
La Iglesia siempre ha olvidado a todas estas víctimas. Porque siempre ha estado del lado del poder, de la reacción, de la riqueza, de la irracionalidad y de la ignorancia.

Para terminar, me gustaría recordar al Papa Francisco, a sus cardenales y a todos aquellos que apoyaron directa o indirectamente el vergonzoso acto de ayer, que la historia y los hechos por mal que les pese, están cada vez más documentados mediante investigaciones serias y rigurosas.
Y por ello podemos decir alto y claro, que no son comparables los actos aislados, concretos y en muchos casos individuales de violencia ejercida en la retaguardia de territorios republicanos (que los hubo, pero con cuentagotas) contra personas e instituciones religiosas, respecto al plan premeditado de forma minuciosa y a conciencia, de exterminio y limpieza política e ideológica perpetrado por los sublevados. 

La Iglesia sigue en sus trece, a Dios rogando y con el mazo dando.