El 9 de octubre de 1967 moría
asesinado en La Higuera, Bolivia, Ernesto "Che" Guevara, mientras
intentaba llevar la revolución a América del Sur. Médico, político y
guerrillero revolucionario, fue comandante del ejército revolucionario que
derrocó al dictador Fulgencio Batista en enero de 1959. Fue, tras el triunfo de
la revolución, la mano derecha de Fidel Castro. A continuación reproducimos una carta que escribió Julio Cortázar a veinte
días de la muerte del "Che".
A Adelaida y Roberto Fernández Retamar
París, 29 de octubre de 1967
Roberto, Adelaida, mis muy queridos:
Anoche volví a
París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles
coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé
irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin
querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los
mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones.
Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto
que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo
veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del
télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé
escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor
profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que
él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente
a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de
disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no
me queda más que el silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié ese texto
fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo
que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero
pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras,
como si uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo
que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no,
sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no
me importa; en todo caso tú sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado
de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de
siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en
un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las
sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto
que te cuento también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera
persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me
callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje.
Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la
Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas
primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que
guardes para que estemos más juntos.
CHE
Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca.
Pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo le tomé su voz libre como el agua, caminé
de a ratos cerca de su sombra.
No nos vimos nunca pero no importaba, mi hermano despierto mientras
yo dormía, mi hermano mostrándome detrás de la noche su estrella elegida.
Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,
Julio
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