Gabo siempre te recordaremos. Tus obras, palabras y compromiso social siempre serán un gran ejemplo para la humanidad.
En la novela “El Coronel no tiene quien le
escriba”, Gabriel García Márquez nos transmite, con su genial maestría, las
vivencias de un viejo coronel que lucha por sobrevivir -junto a su mujer- en un
apartado pueblo de Colombia. En el curso del relato van aflorando sus recuerdos
de glorias pasadas, a la vez, cobra fuerza la relación que el coronel tiene con
un bello gallo de riña, el cual no es sino la representación de lo que alguna
vez se figuró ser. Con una perseverancia que orilla lo obsesivo, el anciano
militar brinda las energías que le restan, al servicio del cuidado del gallo.
Lo alimenta, lo protege, lo mima, lo adora. El gallo es todo lo que le queda.
Es todo lo que le queda de sí. Es el orgullo, la valentía, la nobleza, la
armonía, el equilibrio, la naturaleza incontaminada, la pureza. En contraste el
coronel está viejo, enfermo, con el agobio de los años encima, sin otra
perspectiva que la muerte como meta, con la impotencia de sentir la
irreversibilidad de lo pasado, inepto para poder transformar la realidad, con
la amargura de quien tiene que tolerar impasiblemente el curso de los
acontecimientos.
El contraste es aún mayor en la medida en que
la esposa reclama quejosa, insidiosamente, que el coronel debiera ocuparse más
por ellos y menos por el gallo; puesto que “día a día” se van muriendo de
hambre.
Con una cadencia casi musical, García Márquez
despliega la eterna lucha entre naturaleza y cultura; la injusta contradicción
que se produce entre el logro de la satisfacción de las necesidades más
elementales y el desarrollo del ser humano a otros niveles. La historia -en
fin- del hombre en su esencia, en una sociedad que le va estrechando
ilimitadamente las posibilidades de poder
seguir siendo él mismo.
Al final del libro, cuando ya todo se ha
transformado en una infinita letanía, en un momento en que el coronel está,
como de costumbre, con su gallo; es decir, aferrado a su paraíso perdido, la
esposa, encarnación sensata de la realidad material, se dirige a él
preguntándole, desfalleciente, qué es lo que van a comer; pregunta que el
coronel ha eludido hasta el cansancio, puesto que no tiene respuesta alguna que
brindarle. Es entonces que el libro cierra (¿cierra?) cuando el coronel
contesta definitiva, resignada, casi insolentemente, al interrogante
implacable, con una simple palabra: “mierda”.
La Argentina -los argentinos- como el
coronel, buscan desesperadamente aferrarse a señales, a recuerdos, a indicios
que sirvan para cohesionar una identidad que sienten amenazada por el cambio de
una realidad económica desintegradora. Libran un combate por obtener lo
indispensable para vivir, que posterga, quebranta la realización de sus más
auténticos proyectos psíquicos, espirituales, afectivos. Como en el medio de
una tormenta que no cede, aguardan el momento del escampe, del sosiego, del fin
de este diluvio económico, cruento e impiadoso, para poder -en la quietud de la
paz- reanimar sus sueños; ésos que le dan a la vida la razón de la existencia.
Batalla (¿o guerra?) despiadada, donde
algunos están dispuestos a comer mierda con tal de que no muera el gallo, para
que otros no tengan que comer mierda, porque ya se les está muriendo el gallo,
por culpa de aquellos que no tienen empacho en liquidar al gallo, aunque la
gran mayoría se vea obligada a comer mierda.
Comodoro Rivadavia, Julio de 1989.
Miguel Ángel de Boer
Publicado en “Desarraigo y Depresión en
Comodoro Rivadavia y otros textos- 3ª Edición. Vela al Viento ediciones Patagónicas
– 2011
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